Por Rafael Frias
Las imágenes de este jueves aparecieron el miércoles y las redacté prácticamente el viernes. Sucedió cuando iba a la oficina y escuchaba una de esas canciones que me llegan. Flash intenso lleno de energía, con recuerdos de sensaciones que aparecen como si estuviera ahí. Flash de sentimientos de pertenencia. Del gimnasio del CUM donde media centena de adolescentes brincábamos alrededor de una grabadora. De la cochera de la casa de Alex Revueltas. De esa gran cochera que albergó las fiestas del equipo durante toda la temporada. Del Atlantic rojo de Renato y su sonido digno del “Jubilation”. De mi Dart K gris. De esos rostros que salpicaron a nuestro alrededor un deseo enorme de concretar nuestro sueño. Creer en algo. Se vale, se valió y se cumplió. Flashazos que me inyectaron (y me inyectan) un chorro de energía que recorre mi cuerpo. Las imágenes vienen del otoño de 1989.
“Ese equipo tenía mística”, me dijo Jorge Carriles el domingo pasado que desayunábamos en el Meridien. Se trataba de creer. “Sí”, complementé su comentario, “pues muchos llevábamos muchos años sin ganar un campeonato”. Nos juntamos varias generaciones y la combinación resultó en un equipo que se la creyó. “Nadie creía en nosotros” -señaló Jorge- “ya nos habían ganado en la temporada”. Repliqué tímidamente que por factores y circunstancias, pero reprimí mi objeción. Pues era verdad. Ese poderoso equipo del TEC del Estado ya se sentía campeón antes de jugar la final. Un amigo que jugaba en Comanches me preguntó que cómo es que les habíamos ganado el campeonato.
Edson organizaba las fiestas (cuando menos las primeras) en casa del buen Alex. Patas de Bacardí y también unas de Richardson (botella de plástico). Las cubas de bacachá para los cuates y las de Richardson para los colados, que conforme fue avanzando la temporada se iban incrementando. ¿Cómo no recordar al Marciano o al Sammy Davis? “¿Has visto mi coche?”, me preguntó Sammy al despertarme en la mañana siguiente de la final. Estábamos dormidos en mi Dart, efectivamente, en la cochera.
Recuerdo que Agustín insistía (con sus choros memorables) que se sentía que el equipo tenía algo. “Eso que se respira en los equipos campeones”. En cortos o en la sesiones de pizarrón en los salones del CUM del tercer piso. Donde nos daban incluso los nombres de los jugadores y de quiénes iban reprobando en matemáticas. ¿Era legal ese scouteo? No creo. Pero, alrededor de ese equipo había muchos que querían aportar y pertenecer. El otro día vi la foto oficial del equipo y conté al menos diez colados. Hijos, primos, doctores, compadres, maristas. Bueno.
Dentro del equipo había algunos grupitos. Los naturales de cualquier asociación que pase de tres elementos. Los novatos, los veteranos. Los fresas, los borrachos. Los mamones, los relajados. Los que van al principio de la fila, y –obvio- los del final. Los estudiantes del CUM y los que no. Al principio eran marcadas esas diferencias. Aunque cabe señalar que muchos pertenecíamos a varias de esas clasificaciones. Y nos fuimos identificando. Los entrenamientos y la disciplina nos ayudaron a conocernos. Los partidos nos obligaron a confiar. Los resultados a empezar a creer. También estábamos los de la ofensiva y los de la defensiva. Que por cierto éramos muy antagónicos dentro del campo de juego. Lo que ayudaba a pulir mejor por cierto. Afuera muchos éramos amigos. Pero otros no. Unos nos caíamos mal, pero aprendimos a convivir. Incluso hubo un grupito que nunca fue a la cochera, mas que el día de la final. Son muchos nombres y ahora que escribía este párrafo he recorrido sus rostros. No de todos, pero sí de muchos.
Decir sin decir. El otro QB. El HB que fue líder de yardas. El FB y el otro FB que venía de la categoría de abajo. Un par de alas cerradas. Receptores varios. Unos buenos y otros mejores. El centro y los guardias. Tackles. Los he visto a cada uno de ellos en circunstancias diferentes. Todos hombres de bien. Trabajadores casi todos. Familia, menos pelo y más frente.
A la defensiva. El LB fuerte y el LB rápido. El ala defensiva, y la otra. El guardia medio. Y los tackles. Corners. Un chingo. Safety Fuerte. Pateador (¿va ahí?). Safety Medio. También los he visto. Nos hemos visto y reconocido. Ahí vamos. El otro día me llegó un recado de uno que vive en Miami. Un abrazo Gavilán: Blando, José Luis. “Claro que lo conozco”. Y a él dos personas en menos de una semana: el de Finanzia y el de VISA (Corominas).
Tal vez no recordemos el detalle de las pláticas en esa cochera. Pero estoy seguro que sí el sentido de estar ahí. Y claramente no era tomarse veinte cubas. Nunca lo fue. Cuando menos no para los que estuvimos en el centro del equipo. Es un hecho y por ello mi vientre se llena nuevamente de energía. No miente mi recuerdo. Todo terminó muy bien ese año. Tanto, que a unos nos expulsaron un par de días del CUM. Que porque nos habíamos bañado en la fuente de Liverpool con los jerseys de la escuela. Alterando el orden público y avergonzando a la Institución. Acabó bien entonces, ¿no? La mayoría nos graduamos de la prepa unos meses después y fuimos a buscar nuestra vida. El resto de ella, pues una parte la dejamos ahí en Nicolás San Juan 728. Y ahí sigue, por cierto. Lo corroboré hace unos meses que fui a ver un partido de la Juvenil A 2008. Me acerqué a los jugadores en el medio tiempo y ahí nos vi. Pude reconocernos en sus sus rostros. En ese campo que pronto se llamará "Antonio Álvarez".
“Ese equipo tenía mística”, me dijo Jorge Carriles el domingo pasado que desayunábamos en el Meridien. Se trataba de creer. “Sí”, complementé su comentario, “pues muchos llevábamos muchos años sin ganar un campeonato”. Nos juntamos varias generaciones y la combinación resultó en un equipo que se la creyó. “Nadie creía en nosotros” -señaló Jorge- “ya nos habían ganado en la temporada”. Repliqué tímidamente que por factores y circunstancias, pero reprimí mi objeción. Pues era verdad. Ese poderoso equipo del TEC del Estado ya se sentía campeón antes de jugar la final. Un amigo que jugaba en Comanches me preguntó que cómo es que les habíamos ganado el campeonato.
Edson organizaba las fiestas (cuando menos las primeras) en casa del buen Alex. Patas de Bacardí y también unas de Richardson (botella de plástico). Las cubas de bacachá para los cuates y las de Richardson para los colados, que conforme fue avanzando la temporada se iban incrementando. ¿Cómo no recordar al Marciano o al Sammy Davis? “¿Has visto mi coche?”, me preguntó Sammy al despertarme en la mañana siguiente de la final. Estábamos dormidos en mi Dart, efectivamente, en la cochera.
Recuerdo que Agustín insistía (con sus choros memorables) que se sentía que el equipo tenía algo. “Eso que se respira en los equipos campeones”. En cortos o en la sesiones de pizarrón en los salones del CUM del tercer piso. Donde nos daban incluso los nombres de los jugadores y de quiénes iban reprobando en matemáticas. ¿Era legal ese scouteo? No creo. Pero, alrededor de ese equipo había muchos que querían aportar y pertenecer. El otro día vi la foto oficial del equipo y conté al menos diez colados. Hijos, primos, doctores, compadres, maristas. Bueno.
Dentro del equipo había algunos grupitos. Los naturales de cualquier asociación que pase de tres elementos. Los novatos, los veteranos. Los fresas, los borrachos. Los mamones, los relajados. Los que van al principio de la fila, y –obvio- los del final. Los estudiantes del CUM y los que no. Al principio eran marcadas esas diferencias. Aunque cabe señalar que muchos pertenecíamos a varias de esas clasificaciones. Y nos fuimos identificando. Los entrenamientos y la disciplina nos ayudaron a conocernos. Los partidos nos obligaron a confiar. Los resultados a empezar a creer. También estábamos los de la ofensiva y los de la defensiva. Que por cierto éramos muy antagónicos dentro del campo de juego. Lo que ayudaba a pulir mejor por cierto. Afuera muchos éramos amigos. Pero otros no. Unos nos caíamos mal, pero aprendimos a convivir. Incluso hubo un grupito que nunca fue a la cochera, mas que el día de la final. Son muchos nombres y ahora que escribía este párrafo he recorrido sus rostros. No de todos, pero sí de muchos.
Decir sin decir. El otro QB. El HB que fue líder de yardas. El FB y el otro FB que venía de la categoría de abajo. Un par de alas cerradas. Receptores varios. Unos buenos y otros mejores. El centro y los guardias. Tackles. Los he visto a cada uno de ellos en circunstancias diferentes. Todos hombres de bien. Trabajadores casi todos. Familia, menos pelo y más frente.
A la defensiva. El LB fuerte y el LB rápido. El ala defensiva, y la otra. El guardia medio. Y los tackles. Corners. Un chingo. Safety Fuerte. Pateador (¿va ahí?). Safety Medio. También los he visto. Nos hemos visto y reconocido. Ahí vamos. El otro día me llegó un recado de uno que vive en Miami. Un abrazo Gavilán: Blando, José Luis. “Claro que lo conozco”. Y a él dos personas en menos de una semana: el de Finanzia y el de VISA (Corominas).
Tal vez no recordemos el detalle de las pláticas en esa cochera. Pero estoy seguro que sí el sentido de estar ahí. Y claramente no era tomarse veinte cubas. Nunca lo fue. Cuando menos no para los que estuvimos en el centro del equipo. Es un hecho y por ello mi vientre se llena nuevamente de energía. No miente mi recuerdo. Todo terminó muy bien ese año. Tanto, que a unos nos expulsaron un par de días del CUM. Que porque nos habíamos bañado en la fuente de Liverpool con los jerseys de la escuela. Alterando el orden público y avergonzando a la Institución. Acabó bien entonces, ¿no? La mayoría nos graduamos de la prepa unos meses después y fuimos a buscar nuestra vida. El resto de ella, pues una parte la dejamos ahí en Nicolás San Juan 728. Y ahí sigue, por cierto. Lo corroboré hace unos meses que fui a ver un partido de la Juvenil A 2008. Me acerqué a los jugadores en el medio tiempo y ahí nos vi. Pude reconocernos en sus sus rostros. En ese campo que pronto se llamará "Antonio Álvarez".