Por Jorge Carriles
El hombre es un laberinto. Es una pregunta. Es un ser que vive preguntándose, siempre insatisfecho; quizá en ello radique parte de su maravilla. El hombre es un pequeño dios. Indaga, busca, se desespera, aguarda: el hombre es un ser que continuamente se está haciendo. No termina, nunca termina. El hombre es una tragedia, un sinsentido, sufre y hace daño, en sus ojos se perciben la gloria y el poder, los persigue furibundo, desencajado. El hombre es un titán, ha aprendido el poder de crear, le viene de lo alto, se levanta sobre sus piernas y grita y de su grito surgen mundos maravillosos. Se sumerge en la contemplación, se estremece, comunica. El hombre es una flor transparente, es la dulzura, conciencia de un trayecto al paraíso. Y de pronto, el cálido animal se vuelve fiera, se embrutece, olvida. El hombre es un iceberg desprendido en un viaje sin fin que lo deshiela.
