19 de agosto del 2007
Quiero empezar este relato con las palabras de Mark Allen[1], cuando hace referencia al campeonato del mundo del triatlón Ironman[2].
“El Ironman es un ventana hacia tu alma, en la cual verás si estas débil o si estás fuerte. Porque todos tenemos esas partes; partes que tienen dudas, miedos y se sienten nerviosas, y partes de ti mismo que son muy fuertes”…“la diferencia en esta carrera no está en tu nivel de condición física, sino que está aquí… y… aquí (tocándose con el dedo índice la cabeza y el corazón), de eso se trata esta carrera”
Como podrás leer en las siguientes líneas, en este último Ironman, me tuve que enfrentar a mis demonios internos de la duda, el miedo y la derrota; y ahora me ha quedado más clara esta diferencia de la que habla Mark.
“Siguiendo la tradición”
Los rituales de los dos días antes de la carrera que siempre disfruto muchísimo; los cuales consisten en: reconocer el terreno de la sede del evento, recoger las bolsas con los números de competencia y gorra para la natación, y la cena de carbohidratos en donde compartimos: experiencias, preocupaciones, tiempos esperados de competencia, risas, y “reteharto” pan y pasta. Estas acostumbradas actividades pasaron sin grandes eventualidades -salvo por el aire helado y el mendigo frío que estaba haciendo ese día viernes en el pueblo de Sherborne, ubicado en el condado de Dorset, al sureste de Inglaterra.
Aunque ya llevo más de 16 meses viviendo y entrenando en este país de reyes, hechiceros, y artistas de rock; todavía así, el frío me calaba hasta los huesitos. Y aún más en los de los pobres atletas que acababan de llegar de latitudes más calidas.
En esta ocasión nos quedamos mi pareja, mi mamá y su servilleta en la casa de una familia del pueblo sede del Ironman.-Les recomiendo a aquellos que viajan a eventos de esta naturaleza, buscar este esquema para alojarse, ya que es una experiencia inolvidable estar con estas familias quienes se desviven por atendernos y tratarnos como lo merecemos, después de la soba que nos hemos puesto en los meses de entrenamiento y en la carrera misma.
La casa de esta familia estaba a tiro de piedra del castillo de “Sherborne” lugar donde estaba instalado todo el campamento de la zona de registro y transición[3], montada en enormes carpas blancas. Y por supuesto también estaba ahí, el arco que marca la ansiada y tan anhelada meta.
El día previo a la competencia me salió lo mexicano, pues dejé todo hasta la última hora; que unido al hecho de no haberme informado bien de los detalles de la logística de la competencia, me hicieron que apenas llegara -corriendo a través de una lloviznita y un aire que no pararon en todo el día- al lugar indicado a entregar mis bolsas con comida para la bici y maratón. Estas bolsas, como bien se sabe, marcan una diferencia en un día tan largo como es el Ironman.
Ahora si todo listo y como decía el ratoncito Topo Gigio: “a la camita, a la camita…”
Me desperté a las 3:30 a.m. del día domingo para hacer mi acostumbrado ritual de meditación profunda por media hora antes de un Ironman. -¿y por qué tan temprano si estabas tan cerca del arranque? Dirás. Pues es que a estos condenados ingleses se le ocurrió empezar su Ironman ¡a las 6 de la mañana!
Mientras me concentraba más y más a esa hora de la madrugada, durante la relajación me llegó a la mente la imagen de un grande y hermoso roble, como los que hay por doquier en los bosques británicos. Era una señal que necesitaba descifrar. Tratando de interpretarla, pensé que esos enormes árboles empiezan su vida como una simple e “insignificante” semillita. Así fue que, físicamente me encogí lo más que pude sobre mi cuerpo en una posición fetal sobre la alfombra de nuestro temporal hogar, y bajo la tenue luz anaranjada de un farol, la cual se filtraba por la ventana, empecé poco a poco a extender lenta y sucesivamente: mis dedos, manos, codos, brazos, espalda y cabeza, simulando el crecimiento de un árbol.
Esta seria la estrategia a seguir para la competencia: Ser como un árbol. Arraigado siempre a la tierra y tomando fuerza de ella. Firme ante la tempestad y al mismo tiempo flexible y adaptable para no quebrarme por la exagerada rigidez y poder adaptarme a los cambios imprevistos. También así sería el día; al comienzo empezaría como una semilla y vería el resultado al final del mismo.
Poco o nada sabía sobre lo que iba a pasar más tarde ese domingo 19 de agosto.
“Los altibajos de la vida”
Llegué a la zona de transición hasta donde estaba mi bicicleta, después de andar unos 15 minutos más o menos. Me encantó el hecho de que, por primera vez en un triatlón, pudiera llegar caminando al arranque de la competencia desde donde he dormido la noche anterior.
El pasto de los terrenos del castillo de Sherborne estaba “hecho una sopa” por la constante llovizna del día anterior. Afortunadamente y gracias a Dios no se pronosticaba lluvia para hoy. Le di los toques finales a mi bicicleta -incluidos mi bendición- para luego irme al baño a orar y “obrar” de buena fe, antes de vestirme con mi traje de natación.
Cuando estaba terminando de ponerme mi wetsuit[4], anunciaron que se atrasaría el arranque 15 minutos debido a la baja visibilidad, ya que estaba nublado, nublado. Ni esperanzas de que saliera el sol; y por lo tanto no se podrían ver las enormes boyas amarillas que estaban flotando en el recorrido de la natación.
-“Ta’ güeno”. Me dije.
Caminamos hasta la orilla del lago Sherborne, cientos y cientos de Ironmans, Acuamanes y Orcas (al menos eso decían sus trajes) para poder meternos al agua, ya que comenzaríamos la prueba dentro de ella y no desde la orilla como en la mayoría de los triatlones.
Yo no sé si es porque soy medio masoquista y/o bien rudo, rudo, rudísimo, pero ¡realmente me encanta el arranque masivo! En esta ocasión éramos 1500 los nadadores, apretujados unos contra otros, cual cardume humano. Nos damos patadas y puñetazos; empujones y cabezazos como si estuviéramos en medio del “Slam” en un concierto de rock pesado.
Lo que no me gusta para nada es el agua fría. Cuando metí mis pies al lago sentí como si me los estuvieran acuchillando. El agua no estaba fría…!Estaba helada!
Y ahora sí que “ni hablar mujer, traes puñal” y “a lo que te truje Chencha”. Me metí al agua y nadé de estilo pecho un tramo de 200 Mts. hasta el lugar de arranque -necesitaba mantener por lo menos mi cabeza caliente-. Cuando por fin puse mi cabeza dentro del agua, para mi gran sorpresa ¡no se veía ni mad…nada! Puse mi mano frente a mí para checar la visibilidad y no se podía ver mas allá de 30 cm..
El agua, además de congelada ¡estaba increíblemente turbia!
Con la cabeza metida en el lago sería casi como nadar en la oscuridad
¡Zazz!!...!Sockk!!... ¡Puuum!!.. ¡Cuácatelas!!! ¡Santas madrinas Batman, nos atacan por todos lados!
La sirena de arranque había sonado y empezaba nuestra largísima jornada de 226km.
Nadé lo mejor y más relajado que pude las dos vueltas de las que consiste el recorrido de los respectivos 3,800 mts.
Los meses de entrenamiento, la nueva técnica de nado, y mi nuevo super traje de manufactura británica, me ayudaron a bajarle 13 minutos a mi tiempo promedio en la parte de la natación.
Salí del agua para entonces irme a coger mi bolsa de ropa, mientras iba corriendo con mucho cuidado para no resbalarme por el pasto mojado y el lodo que se había formado en varias partes del terreno.
La única parte plana del Ironman del Reino Unido, es el agua. Los recorridos en bici y el maratón son un interminable y desafiante subir y bajar, subir y bajar; unas veces imperceptible y otras tantas muy drástico. De hecho, la geografía de esta bella isla es en su mayoría de esa forma; ya que en realidad no hay muchas grandes planicies que digamos.
Empecé entonces la primera de tres vueltas, de 60 km. cada una. Y prácticamente de inmediato apareció la primera subida.
Mes y medio antes del Ironman, había hecho un evento ciclista que recorrió exactamente la ruta que una semana después se haría en la etapa uno de la Tour de France. Fue un privilegio y un desafío hacer y terminar esa carrera.
Lo que no me gusto de ese día fue la apatía del público inglés. Y aún en la tour misma, el público siguió igual de aguado seis días después, cuando fui a Londres a ver la prueba contra reloj.
Esta vez, para mi grata sorpresa, el público del condado de Dorset y el pueblo de Sherborne ¡era super, super, entusiasta! Nos apoyaron en todo momento y sin cesar, a pesar del viento y el día nublado que estaba haciendo.
Después de haber rodado sin eventualidades por 40 km. llegué a una colina llamada “el gigante”. Se llama así porque en una de sus laderas está dibujada en la piedra caliza, la descomunal figura de un hombre prehistórico con un mazo sobre su hombro, y el cual inocentemente, también tiene trazada una enorme erección que seria la envidia de muchos hombres (me incluyo en la lista). Ahí está el gigante…contemplando la verde campiña británica desde hace centenares de años.
Esta era la subida más larga e inclinada del recorrido en bici.
Iba a medio ascenso de esta colina cuando decidí hacer un cambio de velocidad, usando el desviador trasero como lo había hecho, literalmente, decenas de miles de veces a lo largo de los casi ocho años que llevo haciendo triatlón, cuando de repente me pasó algo que nunca antes me había ocurrido hasta ese momento.
Cuiqui, Cuiqui, Cuiqui… ¡Pack!! ¡Mi cadena se había roto!!
-¡Oh shit!! - Dije tratando de conservar la calma. Desatoré rapidito mi zapatilla del pedal para no azotar. Me hice a un lado ya que, delante y detrás de mí, había una fila interminable de ciclistas. Me bajé de la bici y la pesadilla de ver colgando mi cadena, como si fuera un delgado hilito movido por el viento, era real, estaba pasando en este momento.
No sé si tú sabes reparar una cadena rota. Yo no sé. Ni mucho menos tenía la herramienta para hacerlo.
Estoy consciente que es mecánica básica de supervivencia, mas nunca había tenido la necesidad. Llantas ponchadas, las que quieran, pero esto no.
Había estado parado allí por algunos segundos pero ya me habían pasado miles de ideas por la cabeza y un sin fin de emociones por el corazón, cuando vi a un oficial de la carrera que venía en su moto. Le hice señas para que se parara. Ahí estábamos los dos, él sentado sobre su moto, usando una chamarra fosforescente, y yo parado al lado de mi fiel y arruinada bicicleta amarrilla, a la mitad del “gigante”, bajo un cielo que empezaba a clarear ( para mí más bien se ponía muy negro).
-¿Qué pasó?-me preguntó el oficial.
-Mi cadena se rompió y no tengo forma de repararla- dije con una voz que sonaba entre desesperada y ecuánime.
-¿Hay alguna camioneta de auxilio mecánico?- le pregunté.
-No hay tal camioneta, el único lugar donde pueden dar auxilio mecánico es en la zona de transición (que estaba a 20km de distancia)- me respondió
-Y en los puestos de abastecimiento[5], ¿no hay ningún mecánico?- le pregunté, tratando de buscar opciones a mi desesperada situación.
-Me temo que no- me contestó, y entonces añadió
-El más cercano está a 6 km. cuesta abajo… ¿Quieres retirarte?- me preguntó el práctico y metódico oficial.
Mirándome a los ojos me dijo -Necesito avisar a la organización sobre tu baja de la competencia. Entonces… ¿Qué decides?… ¿Te retiraras de la carrera?- me volvió a preguntar asertivamente, mientras sostenía su radio entre sus manos.
La piel se me puso como carne de gallina. Sentí un vació en el estomago que no sentía desde hacia más de 20 años cuando mi hermano estuvo apunto de morir ahogado. La cabeza me daba vueltas y la visión se me nubló. En segundos pasaron frente a mí, las caras sonrientes y animadas de mi familia en México que me había mandado un video con mensajes de aliento, los cuales había visto la noche anterior.
De alguna forma estaba ya aceptando mi destino: el no poder finalizar la competencia, después de haber entrenado nueve meses y reunido 22 mil pesos en patrocinios para obras de caridad que muchísima gente ya me había dado, a cambio de terminar el Ironman.
No sabía (más bien ya lo estaba pensando) que diría al enfrentarme a la pregunta de: ¿cómo te fue en la competencia? En ese momento se me hizo un nudo en la garganta y me dieron ganas de llorar. Los ojos se me llenaron de lágrimas, mientras el oficial seguía esperando mi respuesta con el radio en mano.
Además, me preocupaba mucho el hecho de que mi mamá (que había venido desde México), mi pareja y su familia quienes también habían hecho el viaje a Sherborne, me estaban esperando a que llegara a la transición.
Estaba viendo la triste realidad de la derrota y no poder concluir aquello que quería y en lo que había invertido tantos recursos. Y no solo yo, sino mucha gente también.
Como dice Mark Allen: “el Ironman es una ventana al ser”. Y en esos momentos de mayor oscuridad, vislumbré una luz dentro mí. Me aferré a algo, no sé exactamente a que. Quizás a la inspiración de un ciclista quien en el campeonato mundial de Hawaii, cargó en sus hombros por los últimos diez km. su bicicleta que estaba hecha trizas, cuando una moto lo arrolló y casi muere por ello; y aún así logró terminar ese Ironman. Tal vez esperaba ingenuamente que algo sucedería. O de plano me esperanzaba a que ocurriera un milagro. No lo sé, pero le dije al oficial.
-“Péreme tantito, todavía no me retiro”.
“Angelito de la guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche, ni de día”
Pasaron unos 2?..3?..5? minutos. ¿Quien sabe cuántos? Cuando el oficial y yo escuchamos un grito.
-¿! Alguien tiene una bomba!?- Se escuchó en ingles
Cuando giré mi cabeza para ver quien había gritado. La pregunta venía de un espigado y blanco competidor británico, cuyo acento flemático delataba su nacionalidad.
-¡Yo tengo una!- grité inmediatamente.
El atleta que tenía el numero 538 se paró junto a nosotros.
-¿Qué te pasó camarada?- me preguntó con el aliento entrecortado.
-Mi cadena esta completamente rota y no tengo forma de arreglarla- le contesté.
-A ver, enséñame tu cadena.- me ordenó todavía jadeando.
Al verla cuidadosamente y ante mi reservado optimismo, me dijo.
-Tú ocúpate de echarle aire a mi llanta y yo me encargo de arreglar tu cadena.
¡¡Era como si de repente, el cielo se hubiera iluminado por completo!! Sentí un torrente de energía subiendo por mi abdomen y pecho hasta salir por mi cabeza.
Inmediatamente le dije al oficial que parecía que podría seguir, que todavía no me retiraría.
Así fue que mientras yo le echaba aire a la llanta de su bicicleta, él seguía reparando mi cadena.
Mientras este atleta, quien respondía al nombre de Jack, trataba de componer la avería lo más rápido posible, gimiendo y frunciendo su entrecejo a causa del esfuerzo que estaba haciendo, me dijo que se había roto su muñeca y un par de costillas durante la parte de la natación. Y aún así este hombre era habilísimo con sus manos y herramientas de bolsillo. Todo esto le sumaba todavía más dramatismo y valor a la reparación.
Las cosas eran más complicadas de lo que habíamos pensado los dos. Mi desviador delantero[6] estaba inservible. Cuando por fin logró quitarlo del cuadro[7] de la bici, vimos que se había doblado completamente. Lo que debería ser una línea recta, tenía una forma de letra “C”. Guardé la retorcida pieza como recuerdo.
El jalón al romperse la cadena fue tan fuerte que otra pequeña pieza que sobresale del cuadro de la bici para montar el desviador, quedó hecha añicos también.
-Revisa como está mi llanta- me pidió mi ángel de la guarda inglés, mientras seguía haciendo milagros en mi bici.
-¡Está ponchada!- le dije
Mientras el habilitaba mi bici para que pudiera rodar solamente con el disco pequeño de 39 dientes[8] (el otro disco de 53 dientes quedaría inutilizado por completo), yo le empecé a cambiar su llanta que eventualmente, juntos terminamos de montar con otra de repuesto.
-¡Voy a acabar esta carrera cueste lo que me cueste!- me dijo Jack, mientras se subía en su bici con su cara y manos llenas de grasa que lo hacían verse como un fiero guerrero escoses de la película “corazón valiente” montando su caballo de batalla.
Mientras él empezaba a pedalear por la colina, al alejarse me gritó.
-¡Ten cuidado al hacer los cambios, tu cadena quedo muy débil!
- “¡Oops!”- Dije haciendo una mueca de preocupación.
Estaba en el kilómetro 179 de los 180 por recorrer en la sección de ciclismo.
-¡Ya la hice! ¡Ya la hice!! Pensaba en esos momentos, mientras sacudía mi puño derecho e inclinaba mi cabeza, también hacia la derecha, en señal de victoria.
Cuando me acercaba a la zona de desmonte, vi a parte de la familia de mi pareja Dawn: su hermana Gail, su cuñado Bill y sus dos sobrinitos Zoe y Jamie. ¡Me dio un gusto enorme poder verlos! Me bajé de la bici para saludarlos y contarles lo que había pasado. Les di mi pequeño y doblado souvenir; y bajo la orden de un “!keep going, keep going!”(¡síguele, síguele!) que grito la sobrinita de 9 años, me fui volando a la transición, mientras continuaba celebrando con unas ganas y algarabía, como si ya hubiera terminado el Ironman. ¡Estaba feliz, feliz, feliz de haber podido llegar hasta ese punto!!
-No le hace como le voy a hacer pero ¡hasta gateando termino este maratón!’ Me dije a mí mismo.
El arte de la supervivencia y la improvisación.
El trayecto de los siguientes 42.2 km. a pie, consistiría en: los arbolados y extensos (y por momentos muy enlodados) terrenos del castillo, por donde daríamos dos vueltas para después cruzar el pueblo de Sherborne y entonces dar dos vueltas más en otro circuito que recorría la carretera que une a Sherborne con la ciudad de Yeovil, para luego volver a correr por el pueblo y así finalmente regresar al castillo. Dicha autopista esta prácticamente en pleno despoblado y solo hay gente en los retornos y puestos de abastecimiento. El trayecto del maratón seria -como en el tramo de ciclismo- un interminable subir y bajar de colinas y colinotas.
Salí corriendo de la transición mostrando orgullosamente mi uniforme azul marino con vivos grises que me dio el Club Rotario Internacional; el cual, me cubrió el costo de inscripción del Ironman a cambio de reunirles 1,000 Libras (22 mil pesos aproximadamente) para causas de caridad: como la lucha contra el cáncer de sangre y pecho, un hospicio para niños y niñas, programas deportivos para jovencitos británicos de bajos recursos, entre otras causas.
De pronto vi y oí al resto de mi porra oficial: mi mamá, mi novia y su madre. El señor Robinson (papá de Dawn ) estaba más adelante en el recorrido a pie . Mi mamá y la señora Robinson tenían unos grandes y coloridos sombreros tipo mexicano que había comprado en Oxford, y junto con Dawn estaban armando una escandalera con: maracas, matracas, cornetas, trompetitas, y una campana lechera estilo tour de France, vestidas con camisetas verdes y blancas que traían puestas sobre sus chamarras; al tiempo que ondeaban dos enormes banderas. La más grande de ellas me la había mandado mi familia desde México.
(Esta bandera tiene un significado muy especial ya que es la que han puesto en casa de mi abuelita durante muchos años cada 15 de septiembre. Me dijo mi familia, a través del video que miré el día anterior, que esta bandera me la enviaban cargada con los sentimientos, energía y amor de cada uno/a, que sintiera como si todos estuvieran en ella.)
Me paré a saludarlas y después de varios besos y abrazos seguí corriendo.
Iba medio destapado considerando las condiciones climatologías y las recomendaciones de la organización, pues solo usaba mi trisuit[9] y una gorra para correr, confiando en que podría acabar el maratón antes de que anocheciera y seguro de que ya estaba adaptado al frío de Gran Bretaña.; pero…“!La vida te trae sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios!” Como dice la canción. El viento soplaba fortísimo y estaba frío, frío, lo cual bajaba la temperatura cada vez que llegaban las ráfagas de aire.
No había mucho que hacer, más que seguir corriendo y comiendo para no enfriarme.
La pared[10] me pegó antes de lo esperado, ya que en el kilómetro 12 empecé a caminar. Mantener mi cuerpo caliente me estaba consumiendo mucha energía y requería de más comida.
Fue que una vez más, como en el Maadman de Cancún[11], una barra energética me salvó la vida. Después de comérmela, ya no me detuvo nada ni nadie. -Salvo cuando tenía que pararme a hacer pipi.
Me hubiera encantado saber, y así poder contarte, la historia de todos los que andábamos ahí, haciendo esa locura del Ironman.
Historias como la del hombre que vi caminando, con la mitad de su zapato derecho completamente rota en la parte del talón. Me imagino que ya no aguantaba más las ampollas y de plano agarró unas tijeras, de quién sabe dónde, y “le dio cuello” a sus tenis marca “Saucony” color naranja con blanco. O la de mujer que iba trotando como charrito PEMEX y se iba echando agua en la entre-pierna tratando de aliviar las rozaduras en su piel. O la de mi compatriota mexicano, Diego Escudero quien cuando lo vi, apenas a media tarde, ya iba temblando de frío, (todavía le faltaba enfrentarse a la parte mas fría del día cuando cayera la noche) enconchándose sobre su cuerpo. Se protegía su pecho con sus brazos, y los brazos con sus heladas manos que cubrimos con unos calcetines medio húmedos, que encontramos por ahí tirados en la carretera.
En mi segunda vuelta lo vi nuevamente, esta vez, con una manta plateada para hipotermia. Mas el pobre Diego quien vive en la calurosa ciudad de Los Ángeles, seguía tiritando de frío y en la misma encogida posición.
Me gustaría poder platicarte todo lo que pasó con ellos tres. (¡Diego si logró terminar! Como buen mexicano, no se su supo rajar) Sin embargo solo puedo contarte mi historia que fue también, de pura supervivencia en el maratón.
En el Ironman de Canadá en el 2004, cuando estábamos saliendo de la zona de abastecimiento en Keremeos en la ruta de ciclismo, un amigo que iba pedaleado conmigo, sacó de una de las bolsas de su yérsey, un periódico el cual tiró al suelo en un área para basura.
-¿Y ese periódico Hermes, a poco lo trajiste para ir leyéndolo en el camino y no aburrirte?- le pregunté con desconcierto y mofa.
-No’mbre cómo crees- me respondió riéndose
-Era para cubrirme el pecho por si hacía mucho frío en la bajada de Richter Pass- me dijo.
De regreso en la ondulada y desprotegida carretera de Sherborne a Yeovil, me estaba empezando a dar frío a mí también. La misión ahora era encontrar un “…che” periódico, siguiendo el tip de mi cuate. Lo malo es que los limpios y pulcros británicos no tiran ni un papel en sus carreteras, y me costó un buen rato encontrar un diario. Ya con mi periódico sobre mi pecho, ahora calientito, fue que le dije al frío “!no contabas con mi astucia!” emulando al chapulín colorado.
La temperatura seguía bajando; el sudor y el agua que iban mojando mi traje se sentían muy frías cuando les pegaba el viento. Fue entonces que vi pasar a “un hombre bolsa”. Era un cuate que llevaba puesta una enorme bolsa negra de basura (vacía claro está). Al poco rato ya éramos dos los embolsados, tras haberme conseguido mi nuevo atuendo en un puesto de abastecimiento. Le hice tres hoyitos, ¡y ya esta! Creo que es la ropa de triatlón mas barata que he usado. Me sirvió tan bien la nueva moda otoño-invierno, que los últimos 21 km. los corrí 28 minutos más rápido que los veintiún primeros del maratón.
El árbol finalmente da sus frutos
Ahora sí estaba toda mi porra oficial junta, esperándome al lado de la línea de meta en la cima de la última subida. Habían estado al pie del cañón por prácticamente todo el día, sin importar las largas horas de espera y el inclemente viento frío. Llegué a los últimos 200 mts. de mi largísimo, largísimo día.
Me arranqué de un solo jalón mi bolsa de plástico, al puro estilo de “solo para mujeres” (creo que unas chavas se emocionaron mucho al verme porque pegaron un grito…como si hubieran visto a Luís Miguel).
Me saqué el periódico y corrí a agarrar la enorme bandera mexicana que Bill estaba sosteniendo. Me la dio y…
No puedo describir con palabras la alegría y el gozo que estaba sintiendo en esos momentos. Era un regalo del cielo. Me sentía profundamente bendecido, agradecido y aliviado porque se me había permitido llegar a la meta de esta forma, y no con mi bici sobre una camioneta, llevando la pena y la agonía a mis espaldas de no haber terminado lo que empecé.
Agitaba delante de mí, lo más fuerte que podía, la bandera tricolor mientras levantaba mi cara al cielo, agradeciendo desde lo más profundo de mi alma, a Aquello/a y aquellos/as que habían hecho esto posible.
¡Síííí,síííí,sííí! Decía, mientras saltaba de forma casi incontrolable y anunciaban mi nombre y país por el sonido local.
Puse el emblema nacional atrás de mi espalda con mis brazos extendidos, y empecé a correr en zigzag hacia la meta. Me paré de golpe y sentí que iba a darme una vuelta de campana en el aire hacia atrás, al intentar usar la bandera como cuerda de saltar. Luego la tomé con la mano derecha, y le di vueltas y más vueltas mientras seguía corriendo dando salto tras salto.
Finalmente, llegué bajo el gran reloj electrónico que marca el tiempo de competencia y que está debajo el arco de meta. Extendí mis brazos al cielo y di un salto enorme. Tan alto que golpeé el relojote arriba de mi cabeza. Sentí como se balanceaba peligrosamente, y por un momento pensé que se me iba a venir encima. Afortunadamente no fue así. Lo que sí se me vino encima fue una hermosísima y especial medalla, y una bola de felicitaciones del público ahí reunido, mi mamá, amigos, Dawn, y su familia.
Nos tomamos las fotos respectivas del recuerdo. Me fui por mi bolsa de ropa seca. Me cambié de ropa. Luego me dirigí a la tienda de comida a tomarme una sopita de tomate y comerme unas enormes rebanas de pizza. Luego recogí mi bici para finalmente irnos todos juntos caminando a la casa, donde me esperaba una tina de agua bien caliente, en la cual me quedé profundamente dormido.
La enseñanza
¿Que aprendí en este mi quinto Ironman?:
· Que no hay quinto malo. (Por lo menos es lo que he escuchado).
· A no perder la esperanza pase lo que pase. Por más negras que se vean las cosas, siempre habrá algo que saldrá para ayudarme.
· Que tengo grandes recursos de adaptación e improvisación, los cuales he heredado de mi familia y la cultura latina.
· A aceptar que hay cosas que están completamente fuera de mis manos. De hecho, los que saben de estas cosas, dicen que el 80% de los eventos externos están fuera del rango de nuestro control; sin embargo, sí es controlable nuestra respuesta ante dichos eventos.
· A no dar nada por hecho sin antes ver la culminación del mismo. Ya anticipaba la celebración del final de la carrera (diferente a visualizar) como si estuviera garantizado que acabaría el Ironman, sin siquiera haber empezado a nadar.
· A que puedo enfocar mi mente por más tiempo en el aquí y el ahora. Mientras rodaba en mi bici de 5 velocidades (no podía usar más que los cambios centrales del piñón de ocho velocidades[12]) cada vez que pensaba en como correría el maratón, arreaba con mi mente a mis descarriados pensamientos a donde serian mas útiles, y que era la tarea de ese momento: evitar que se volviera a romper la débil cadena, haciendo cuidadosamente los cambios para terminar la parte del ciclismo.
· Y finalmente. A ser más agradecido con esta tierra británica y su gente. Esta cultura me ha ido aceptado poco a poco, y yo a su vez a ella. Hay mucha magia y tradiciones ancestrales en esta hermosa isla que ahora es mi nuevo hogar adoptivo.
¡Ah! se me olvidaba. Ya me a apunté a un mini-curso de mecánica para aprender a arreglar cadenas rotas.
¡Nos vemos en Niza al sur de Francia, primeramente Dios, el año entrante!
[1] Triatleta estadounidense quien entre sus innumerables logros, se coronó seis veces en el campeonato mundial Ironman en la isla de Hawai.
[2] Prueba deportiva que se lleva a cabo en países de los cinco continentes, y que consiste en: nadar 3.8km., pedalear 180 km. en bicicleta y finalmente correr un maratón, 42.2km. Todo en un solo día.
[3] Área en la cual se ejecutan los cambios de ropa y equipo para pasar de un deporte a otro
[4] Traje térmico hecho de neopreno que permite nadar en bajas temperaturas
[5] Zona que es instalada por la organización de la carrera, en donde hay baños portátiles, comida y bebidas propias para este tipo de eventos.
[6] Pieza mecánica que ayuda a hacer los cambios de velocidad, al desplazar la cadena entre los diferentes discos delanteros que tienen distintas dimensiones.
[7] Estructura principal de la bicicleta y en la cual se montan todos los diferentes componentes (ruedas, manubrio, asiento, frenos, cambios etc.)
[8] Disco que requiere de mayores revoluciones para avanzar y de menor esfuerzo al pedalear lo que lo hace ideal para el ascenso de pendientes. Los discos recomendables para bajadas y terreno plano son los que tienen mayor numero de dientes (53 por ejemplo)
[9] Traje delgado hecho de licra que se usa para hacer los tres deportes que conforman el triatlón.
[10] Sensación física y psicológica que se experimenta al alcanzar un límite físico y mental durante una prueba de larga distancias.
[11] Triatlón de distancia Ironman llevado a cabo en la ciudad de Cancún, Quintana Roo en Noviembre del 2003
[12] Pieza mecánica que se ubica en la rueda trasera de la bicicleta y que tiene discos dentados de diferentes tamaños que se usan para cambiar la velocidad de avance de la bicicleta
Quiero empezar este relato con las palabras de Mark Allen[1], cuando hace referencia al campeonato del mundo del triatlón Ironman[2].
“El Ironman es un ventana hacia tu alma, en la cual verás si estas débil o si estás fuerte. Porque todos tenemos esas partes; partes que tienen dudas, miedos y se sienten nerviosas, y partes de ti mismo que son muy fuertes”…“la diferencia en esta carrera no está en tu nivel de condición física, sino que está aquí… y… aquí (tocándose con el dedo índice la cabeza y el corazón), de eso se trata esta carrera”
Como podrás leer en las siguientes líneas, en este último Ironman, me tuve que enfrentar a mis demonios internos de la duda, el miedo y la derrota; y ahora me ha quedado más clara esta diferencia de la que habla Mark.
“Siguiendo la tradición”
Los rituales de los dos días antes de la carrera que siempre disfruto muchísimo; los cuales consisten en: reconocer el terreno de la sede del evento, recoger las bolsas con los números de competencia y gorra para la natación, y la cena de carbohidratos en donde compartimos: experiencias, preocupaciones, tiempos esperados de competencia, risas, y “reteharto” pan y pasta. Estas acostumbradas actividades pasaron sin grandes eventualidades -salvo por el aire helado y el mendigo frío que estaba haciendo ese día viernes en el pueblo de Sherborne, ubicado en el condado de Dorset, al sureste de Inglaterra.
Aunque ya llevo más de 16 meses viviendo y entrenando en este país de reyes, hechiceros, y artistas de rock; todavía así, el frío me calaba hasta los huesitos. Y aún más en los de los pobres atletas que acababan de llegar de latitudes más calidas.
En esta ocasión nos quedamos mi pareja, mi mamá y su servilleta en la casa de una familia del pueblo sede del Ironman.-Les recomiendo a aquellos que viajan a eventos de esta naturaleza, buscar este esquema para alojarse, ya que es una experiencia inolvidable estar con estas familias quienes se desviven por atendernos y tratarnos como lo merecemos, después de la soba que nos hemos puesto en los meses de entrenamiento y en la carrera misma.
La casa de esta familia estaba a tiro de piedra del castillo de “Sherborne” lugar donde estaba instalado todo el campamento de la zona de registro y transición[3], montada en enormes carpas blancas. Y por supuesto también estaba ahí, el arco que marca la ansiada y tan anhelada meta.
El día previo a la competencia me salió lo mexicano, pues dejé todo hasta la última hora; que unido al hecho de no haberme informado bien de los detalles de la logística de la competencia, me hicieron que apenas llegara -corriendo a través de una lloviznita y un aire que no pararon en todo el día- al lugar indicado a entregar mis bolsas con comida para la bici y maratón. Estas bolsas, como bien se sabe, marcan una diferencia en un día tan largo como es el Ironman.
Ahora si todo listo y como decía el ratoncito Topo Gigio: “a la camita, a la camita…”
Me desperté a las 3:30 a.m. del día domingo para hacer mi acostumbrado ritual de meditación profunda por media hora antes de un Ironman. -¿y por qué tan temprano si estabas tan cerca del arranque? Dirás. Pues es que a estos condenados ingleses se le ocurrió empezar su Ironman ¡a las 6 de la mañana!
Mientras me concentraba más y más a esa hora de la madrugada, durante la relajación me llegó a la mente la imagen de un grande y hermoso roble, como los que hay por doquier en los bosques británicos. Era una señal que necesitaba descifrar. Tratando de interpretarla, pensé que esos enormes árboles empiezan su vida como una simple e “insignificante” semillita. Así fue que, físicamente me encogí lo más que pude sobre mi cuerpo en una posición fetal sobre la alfombra de nuestro temporal hogar, y bajo la tenue luz anaranjada de un farol, la cual se filtraba por la ventana, empecé poco a poco a extender lenta y sucesivamente: mis dedos, manos, codos, brazos, espalda y cabeza, simulando el crecimiento de un árbol.
Esta seria la estrategia a seguir para la competencia: Ser como un árbol. Arraigado siempre a la tierra y tomando fuerza de ella. Firme ante la tempestad y al mismo tiempo flexible y adaptable para no quebrarme por la exagerada rigidez y poder adaptarme a los cambios imprevistos. También así sería el día; al comienzo empezaría como una semilla y vería el resultado al final del mismo.
Poco o nada sabía sobre lo que iba a pasar más tarde ese domingo 19 de agosto.
“Los altibajos de la vida”
Llegué a la zona de transición hasta donde estaba mi bicicleta, después de andar unos 15 minutos más o menos. Me encantó el hecho de que, por primera vez en un triatlón, pudiera llegar caminando al arranque de la competencia desde donde he dormido la noche anterior.
El pasto de los terrenos del castillo de Sherborne estaba “hecho una sopa” por la constante llovizna del día anterior. Afortunadamente y gracias a Dios no se pronosticaba lluvia para hoy. Le di los toques finales a mi bicicleta -incluidos mi bendición- para luego irme al baño a orar y “obrar” de buena fe, antes de vestirme con mi traje de natación.
Cuando estaba terminando de ponerme mi wetsuit[4], anunciaron que se atrasaría el arranque 15 minutos debido a la baja visibilidad, ya que estaba nublado, nublado. Ni esperanzas de que saliera el sol; y por lo tanto no se podrían ver las enormes boyas amarillas que estaban flotando en el recorrido de la natación.
-“Ta’ güeno”. Me dije.
Caminamos hasta la orilla del lago Sherborne, cientos y cientos de Ironmans, Acuamanes y Orcas (al menos eso decían sus trajes) para poder meternos al agua, ya que comenzaríamos la prueba dentro de ella y no desde la orilla como en la mayoría de los triatlones.
Yo no sé si es porque soy medio masoquista y/o bien rudo, rudo, rudísimo, pero ¡realmente me encanta el arranque masivo! En esta ocasión éramos 1500 los nadadores, apretujados unos contra otros, cual cardume humano. Nos damos patadas y puñetazos; empujones y cabezazos como si estuviéramos en medio del “Slam” en un concierto de rock pesado.
Lo que no me gusta para nada es el agua fría. Cuando metí mis pies al lago sentí como si me los estuvieran acuchillando. El agua no estaba fría…!Estaba helada!
Y ahora sí que “ni hablar mujer, traes puñal” y “a lo que te truje Chencha”. Me metí al agua y nadé de estilo pecho un tramo de 200 Mts. hasta el lugar de arranque -necesitaba mantener por lo menos mi cabeza caliente-. Cuando por fin puse mi cabeza dentro del agua, para mi gran sorpresa ¡no se veía ni mad…nada! Puse mi mano frente a mí para checar la visibilidad y no se podía ver mas allá de 30 cm..
El agua, además de congelada ¡estaba increíblemente turbia!
Con la cabeza metida en el lago sería casi como nadar en la oscuridad
¡Zazz!!...!Sockk!!... ¡Puuum!!.. ¡Cuácatelas!!! ¡Santas madrinas Batman, nos atacan por todos lados!
La sirena de arranque había sonado y empezaba nuestra largísima jornada de 226km.
Nadé lo mejor y más relajado que pude las dos vueltas de las que consiste el recorrido de los respectivos 3,800 mts.
Los meses de entrenamiento, la nueva técnica de nado, y mi nuevo super traje de manufactura británica, me ayudaron a bajarle 13 minutos a mi tiempo promedio en la parte de la natación.
Salí del agua para entonces irme a coger mi bolsa de ropa, mientras iba corriendo con mucho cuidado para no resbalarme por el pasto mojado y el lodo que se había formado en varias partes del terreno.
La única parte plana del Ironman del Reino Unido, es el agua. Los recorridos en bici y el maratón son un interminable y desafiante subir y bajar, subir y bajar; unas veces imperceptible y otras tantas muy drástico. De hecho, la geografía de esta bella isla es en su mayoría de esa forma; ya que en realidad no hay muchas grandes planicies que digamos.
Empecé entonces la primera de tres vueltas, de 60 km. cada una. Y prácticamente de inmediato apareció la primera subida.
Mes y medio antes del Ironman, había hecho un evento ciclista que recorrió exactamente la ruta que una semana después se haría en la etapa uno de la Tour de France. Fue un privilegio y un desafío hacer y terminar esa carrera.
Lo que no me gusto de ese día fue la apatía del público inglés. Y aún en la tour misma, el público siguió igual de aguado seis días después, cuando fui a Londres a ver la prueba contra reloj.
Esta vez, para mi grata sorpresa, el público del condado de Dorset y el pueblo de Sherborne ¡era super, super, entusiasta! Nos apoyaron en todo momento y sin cesar, a pesar del viento y el día nublado que estaba haciendo.
Después de haber rodado sin eventualidades por 40 km. llegué a una colina llamada “el gigante”. Se llama así porque en una de sus laderas está dibujada en la piedra caliza, la descomunal figura de un hombre prehistórico con un mazo sobre su hombro, y el cual inocentemente, también tiene trazada una enorme erección que seria la envidia de muchos hombres (me incluyo en la lista). Ahí está el gigante…contemplando la verde campiña británica desde hace centenares de años.
Esta era la subida más larga e inclinada del recorrido en bici.
Iba a medio ascenso de esta colina cuando decidí hacer un cambio de velocidad, usando el desviador trasero como lo había hecho, literalmente, decenas de miles de veces a lo largo de los casi ocho años que llevo haciendo triatlón, cuando de repente me pasó algo que nunca antes me había ocurrido hasta ese momento.
Cuiqui, Cuiqui, Cuiqui… ¡Pack!! ¡Mi cadena se había roto!!
-¡Oh shit!! - Dije tratando de conservar la calma. Desatoré rapidito mi zapatilla del pedal para no azotar. Me hice a un lado ya que, delante y detrás de mí, había una fila interminable de ciclistas. Me bajé de la bici y la pesadilla de ver colgando mi cadena, como si fuera un delgado hilito movido por el viento, era real, estaba pasando en este momento.
No sé si tú sabes reparar una cadena rota. Yo no sé. Ni mucho menos tenía la herramienta para hacerlo.
Estoy consciente que es mecánica básica de supervivencia, mas nunca había tenido la necesidad. Llantas ponchadas, las que quieran, pero esto no.
Había estado parado allí por algunos segundos pero ya me habían pasado miles de ideas por la cabeza y un sin fin de emociones por el corazón, cuando vi a un oficial de la carrera que venía en su moto. Le hice señas para que se parara. Ahí estábamos los dos, él sentado sobre su moto, usando una chamarra fosforescente, y yo parado al lado de mi fiel y arruinada bicicleta amarrilla, a la mitad del “gigante”, bajo un cielo que empezaba a clarear ( para mí más bien se ponía muy negro).
-¿Qué pasó?-me preguntó el oficial.
-Mi cadena se rompió y no tengo forma de repararla- dije con una voz que sonaba entre desesperada y ecuánime.
-¿Hay alguna camioneta de auxilio mecánico?- le pregunté.
-No hay tal camioneta, el único lugar donde pueden dar auxilio mecánico es en la zona de transición (que estaba a 20km de distancia)- me respondió
-Y en los puestos de abastecimiento[5], ¿no hay ningún mecánico?- le pregunté, tratando de buscar opciones a mi desesperada situación.
-Me temo que no- me contestó, y entonces añadió
-El más cercano está a 6 km. cuesta abajo… ¿Quieres retirarte?- me preguntó el práctico y metódico oficial.
Mirándome a los ojos me dijo -Necesito avisar a la organización sobre tu baja de la competencia. Entonces… ¿Qué decides?… ¿Te retiraras de la carrera?- me volvió a preguntar asertivamente, mientras sostenía su radio entre sus manos.
La piel se me puso como carne de gallina. Sentí un vació en el estomago que no sentía desde hacia más de 20 años cuando mi hermano estuvo apunto de morir ahogado. La cabeza me daba vueltas y la visión se me nubló. En segundos pasaron frente a mí, las caras sonrientes y animadas de mi familia en México que me había mandado un video con mensajes de aliento, los cuales había visto la noche anterior.
De alguna forma estaba ya aceptando mi destino: el no poder finalizar la competencia, después de haber entrenado nueve meses y reunido 22 mil pesos en patrocinios para obras de caridad que muchísima gente ya me había dado, a cambio de terminar el Ironman.
No sabía (más bien ya lo estaba pensando) que diría al enfrentarme a la pregunta de: ¿cómo te fue en la competencia? En ese momento se me hizo un nudo en la garganta y me dieron ganas de llorar. Los ojos se me llenaron de lágrimas, mientras el oficial seguía esperando mi respuesta con el radio en mano.
Además, me preocupaba mucho el hecho de que mi mamá (que había venido desde México), mi pareja y su familia quienes también habían hecho el viaje a Sherborne, me estaban esperando a que llegara a la transición.
Estaba viendo la triste realidad de la derrota y no poder concluir aquello que quería y en lo que había invertido tantos recursos. Y no solo yo, sino mucha gente también.
Como dice Mark Allen: “el Ironman es una ventana al ser”. Y en esos momentos de mayor oscuridad, vislumbré una luz dentro mí. Me aferré a algo, no sé exactamente a que. Quizás a la inspiración de un ciclista quien en el campeonato mundial de Hawaii, cargó en sus hombros por los últimos diez km. su bicicleta que estaba hecha trizas, cuando una moto lo arrolló y casi muere por ello; y aún así logró terminar ese Ironman. Tal vez esperaba ingenuamente que algo sucedería. O de plano me esperanzaba a que ocurriera un milagro. No lo sé, pero le dije al oficial.
-“Péreme tantito, todavía no me retiro”.
“Angelito de la guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche, ni de día”
Pasaron unos 2?..3?..5? minutos. ¿Quien sabe cuántos? Cuando el oficial y yo escuchamos un grito.
-¿! Alguien tiene una bomba!?- Se escuchó en ingles
Cuando giré mi cabeza para ver quien había gritado. La pregunta venía de un espigado y blanco competidor británico, cuyo acento flemático delataba su nacionalidad.
-¡Yo tengo una!- grité inmediatamente.
El atleta que tenía el numero 538 se paró junto a nosotros.
-¿Qué te pasó camarada?- me preguntó con el aliento entrecortado.
-Mi cadena esta completamente rota y no tengo forma de arreglarla- le contesté.
-A ver, enséñame tu cadena.- me ordenó todavía jadeando.
Al verla cuidadosamente y ante mi reservado optimismo, me dijo.
-Tú ocúpate de echarle aire a mi llanta y yo me encargo de arreglar tu cadena.
¡¡Era como si de repente, el cielo se hubiera iluminado por completo!! Sentí un torrente de energía subiendo por mi abdomen y pecho hasta salir por mi cabeza.
Inmediatamente le dije al oficial que parecía que podría seguir, que todavía no me retiraría.
Así fue que mientras yo le echaba aire a la llanta de su bicicleta, él seguía reparando mi cadena.
Mientras este atleta, quien respondía al nombre de Jack, trataba de componer la avería lo más rápido posible, gimiendo y frunciendo su entrecejo a causa del esfuerzo que estaba haciendo, me dijo que se había roto su muñeca y un par de costillas durante la parte de la natación. Y aún así este hombre era habilísimo con sus manos y herramientas de bolsillo. Todo esto le sumaba todavía más dramatismo y valor a la reparación.
Las cosas eran más complicadas de lo que habíamos pensado los dos. Mi desviador delantero[6] estaba inservible. Cuando por fin logró quitarlo del cuadro[7] de la bici, vimos que se había doblado completamente. Lo que debería ser una línea recta, tenía una forma de letra “C”. Guardé la retorcida pieza como recuerdo.
El jalón al romperse la cadena fue tan fuerte que otra pequeña pieza que sobresale del cuadro de la bici para montar el desviador, quedó hecha añicos también.
-Revisa como está mi llanta- me pidió mi ángel de la guarda inglés, mientras seguía haciendo milagros en mi bici.
-¡Está ponchada!- le dije
Mientras el habilitaba mi bici para que pudiera rodar solamente con el disco pequeño de 39 dientes[8] (el otro disco de 53 dientes quedaría inutilizado por completo), yo le empecé a cambiar su llanta que eventualmente, juntos terminamos de montar con otra de repuesto.
-¡Voy a acabar esta carrera cueste lo que me cueste!- me dijo Jack, mientras se subía en su bici con su cara y manos llenas de grasa que lo hacían verse como un fiero guerrero escoses de la película “corazón valiente” montando su caballo de batalla.
Mientras él empezaba a pedalear por la colina, al alejarse me gritó.
-¡Ten cuidado al hacer los cambios, tu cadena quedo muy débil!
- “¡Oops!”- Dije haciendo una mueca de preocupación.
Estaba en el kilómetro 179 de los 180 por recorrer en la sección de ciclismo.
-¡Ya la hice! ¡Ya la hice!! Pensaba en esos momentos, mientras sacudía mi puño derecho e inclinaba mi cabeza, también hacia la derecha, en señal de victoria.
Cuando me acercaba a la zona de desmonte, vi a parte de la familia de mi pareja Dawn: su hermana Gail, su cuñado Bill y sus dos sobrinitos Zoe y Jamie. ¡Me dio un gusto enorme poder verlos! Me bajé de la bici para saludarlos y contarles lo que había pasado. Les di mi pequeño y doblado souvenir; y bajo la orden de un “!keep going, keep going!”(¡síguele, síguele!) que grito la sobrinita de 9 años, me fui volando a la transición, mientras continuaba celebrando con unas ganas y algarabía, como si ya hubiera terminado el Ironman. ¡Estaba feliz, feliz, feliz de haber podido llegar hasta ese punto!!
-No le hace como le voy a hacer pero ¡hasta gateando termino este maratón!’ Me dije a mí mismo.
El arte de la supervivencia y la improvisación.
El trayecto de los siguientes 42.2 km. a pie, consistiría en: los arbolados y extensos (y por momentos muy enlodados) terrenos del castillo, por donde daríamos dos vueltas para después cruzar el pueblo de Sherborne y entonces dar dos vueltas más en otro circuito que recorría la carretera que une a Sherborne con la ciudad de Yeovil, para luego volver a correr por el pueblo y así finalmente regresar al castillo. Dicha autopista esta prácticamente en pleno despoblado y solo hay gente en los retornos y puestos de abastecimiento. El trayecto del maratón seria -como en el tramo de ciclismo- un interminable subir y bajar de colinas y colinotas.
Salí corriendo de la transición mostrando orgullosamente mi uniforme azul marino con vivos grises que me dio el Club Rotario Internacional; el cual, me cubrió el costo de inscripción del Ironman a cambio de reunirles 1,000 Libras (22 mil pesos aproximadamente) para causas de caridad: como la lucha contra el cáncer de sangre y pecho, un hospicio para niños y niñas, programas deportivos para jovencitos británicos de bajos recursos, entre otras causas.
De pronto vi y oí al resto de mi porra oficial: mi mamá, mi novia y su madre. El señor Robinson (papá de Dawn ) estaba más adelante en el recorrido a pie . Mi mamá y la señora Robinson tenían unos grandes y coloridos sombreros tipo mexicano que había comprado en Oxford, y junto con Dawn estaban armando una escandalera con: maracas, matracas, cornetas, trompetitas, y una campana lechera estilo tour de France, vestidas con camisetas verdes y blancas que traían puestas sobre sus chamarras; al tiempo que ondeaban dos enormes banderas. La más grande de ellas me la había mandado mi familia desde México.
(Esta bandera tiene un significado muy especial ya que es la que han puesto en casa de mi abuelita durante muchos años cada 15 de septiembre. Me dijo mi familia, a través del video que miré el día anterior, que esta bandera me la enviaban cargada con los sentimientos, energía y amor de cada uno/a, que sintiera como si todos estuvieran en ella.)
Me paré a saludarlas y después de varios besos y abrazos seguí corriendo.
Iba medio destapado considerando las condiciones climatologías y las recomendaciones de la organización, pues solo usaba mi trisuit[9] y una gorra para correr, confiando en que podría acabar el maratón antes de que anocheciera y seguro de que ya estaba adaptado al frío de Gran Bretaña.; pero…“!La vida te trae sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios!” Como dice la canción. El viento soplaba fortísimo y estaba frío, frío, lo cual bajaba la temperatura cada vez que llegaban las ráfagas de aire.
No había mucho que hacer, más que seguir corriendo y comiendo para no enfriarme.
La pared[10] me pegó antes de lo esperado, ya que en el kilómetro 12 empecé a caminar. Mantener mi cuerpo caliente me estaba consumiendo mucha energía y requería de más comida.
Fue que una vez más, como en el Maadman de Cancún[11], una barra energética me salvó la vida. Después de comérmela, ya no me detuvo nada ni nadie. -Salvo cuando tenía que pararme a hacer pipi.
Me hubiera encantado saber, y así poder contarte, la historia de todos los que andábamos ahí, haciendo esa locura del Ironman.
Historias como la del hombre que vi caminando, con la mitad de su zapato derecho completamente rota en la parte del talón. Me imagino que ya no aguantaba más las ampollas y de plano agarró unas tijeras, de quién sabe dónde, y “le dio cuello” a sus tenis marca “Saucony” color naranja con blanco. O la de mujer que iba trotando como charrito PEMEX y se iba echando agua en la entre-pierna tratando de aliviar las rozaduras en su piel. O la de mi compatriota mexicano, Diego Escudero quien cuando lo vi, apenas a media tarde, ya iba temblando de frío, (todavía le faltaba enfrentarse a la parte mas fría del día cuando cayera la noche) enconchándose sobre su cuerpo. Se protegía su pecho con sus brazos, y los brazos con sus heladas manos que cubrimos con unos calcetines medio húmedos, que encontramos por ahí tirados en la carretera.
En mi segunda vuelta lo vi nuevamente, esta vez, con una manta plateada para hipotermia. Mas el pobre Diego quien vive en la calurosa ciudad de Los Ángeles, seguía tiritando de frío y en la misma encogida posición.
Me gustaría poder platicarte todo lo que pasó con ellos tres. (¡Diego si logró terminar! Como buen mexicano, no se su supo rajar) Sin embargo solo puedo contarte mi historia que fue también, de pura supervivencia en el maratón.
En el Ironman de Canadá en el 2004, cuando estábamos saliendo de la zona de abastecimiento en Keremeos en la ruta de ciclismo, un amigo que iba pedaleado conmigo, sacó de una de las bolsas de su yérsey, un periódico el cual tiró al suelo en un área para basura.
-¿Y ese periódico Hermes, a poco lo trajiste para ir leyéndolo en el camino y no aburrirte?- le pregunté con desconcierto y mofa.
-No’mbre cómo crees- me respondió riéndose
-Era para cubrirme el pecho por si hacía mucho frío en la bajada de Richter Pass- me dijo.
De regreso en la ondulada y desprotegida carretera de Sherborne a Yeovil, me estaba empezando a dar frío a mí también. La misión ahora era encontrar un “…che” periódico, siguiendo el tip de mi cuate. Lo malo es que los limpios y pulcros británicos no tiran ni un papel en sus carreteras, y me costó un buen rato encontrar un diario. Ya con mi periódico sobre mi pecho, ahora calientito, fue que le dije al frío “!no contabas con mi astucia!” emulando al chapulín colorado.
La temperatura seguía bajando; el sudor y el agua que iban mojando mi traje se sentían muy frías cuando les pegaba el viento. Fue entonces que vi pasar a “un hombre bolsa”. Era un cuate que llevaba puesta una enorme bolsa negra de basura (vacía claro está). Al poco rato ya éramos dos los embolsados, tras haberme conseguido mi nuevo atuendo en un puesto de abastecimiento. Le hice tres hoyitos, ¡y ya esta! Creo que es la ropa de triatlón mas barata que he usado. Me sirvió tan bien la nueva moda otoño-invierno, que los últimos 21 km. los corrí 28 minutos más rápido que los veintiún primeros del maratón.
El árbol finalmente da sus frutos
Ahora sí estaba toda mi porra oficial junta, esperándome al lado de la línea de meta en la cima de la última subida. Habían estado al pie del cañón por prácticamente todo el día, sin importar las largas horas de espera y el inclemente viento frío. Llegué a los últimos 200 mts. de mi largísimo, largísimo día.
Me arranqué de un solo jalón mi bolsa de plástico, al puro estilo de “solo para mujeres” (creo que unas chavas se emocionaron mucho al verme porque pegaron un grito…como si hubieran visto a Luís Miguel).
Me saqué el periódico y corrí a agarrar la enorme bandera mexicana que Bill estaba sosteniendo. Me la dio y…
No puedo describir con palabras la alegría y el gozo que estaba sintiendo en esos momentos. Era un regalo del cielo. Me sentía profundamente bendecido, agradecido y aliviado porque se me había permitido llegar a la meta de esta forma, y no con mi bici sobre una camioneta, llevando la pena y la agonía a mis espaldas de no haber terminado lo que empecé.
Agitaba delante de mí, lo más fuerte que podía, la bandera tricolor mientras levantaba mi cara al cielo, agradeciendo desde lo más profundo de mi alma, a Aquello/a y aquellos/as que habían hecho esto posible.
¡Síííí,síííí,sííí! Decía, mientras saltaba de forma casi incontrolable y anunciaban mi nombre y país por el sonido local.
Puse el emblema nacional atrás de mi espalda con mis brazos extendidos, y empecé a correr en zigzag hacia la meta. Me paré de golpe y sentí que iba a darme una vuelta de campana en el aire hacia atrás, al intentar usar la bandera como cuerda de saltar. Luego la tomé con la mano derecha, y le di vueltas y más vueltas mientras seguía corriendo dando salto tras salto.
Finalmente, llegué bajo el gran reloj electrónico que marca el tiempo de competencia y que está debajo el arco de meta. Extendí mis brazos al cielo y di un salto enorme. Tan alto que golpeé el relojote arriba de mi cabeza. Sentí como se balanceaba peligrosamente, y por un momento pensé que se me iba a venir encima. Afortunadamente no fue así. Lo que sí se me vino encima fue una hermosísima y especial medalla, y una bola de felicitaciones del público ahí reunido, mi mamá, amigos, Dawn, y su familia.
Nos tomamos las fotos respectivas del recuerdo. Me fui por mi bolsa de ropa seca. Me cambié de ropa. Luego me dirigí a la tienda de comida a tomarme una sopita de tomate y comerme unas enormes rebanas de pizza. Luego recogí mi bici para finalmente irnos todos juntos caminando a la casa, donde me esperaba una tina de agua bien caliente, en la cual me quedé profundamente dormido.
La enseñanza
¿Que aprendí en este mi quinto Ironman?:
· Que no hay quinto malo. (Por lo menos es lo que he escuchado).
· A no perder la esperanza pase lo que pase. Por más negras que se vean las cosas, siempre habrá algo que saldrá para ayudarme.
· Que tengo grandes recursos de adaptación e improvisación, los cuales he heredado de mi familia y la cultura latina.
· A aceptar que hay cosas que están completamente fuera de mis manos. De hecho, los que saben de estas cosas, dicen que el 80% de los eventos externos están fuera del rango de nuestro control; sin embargo, sí es controlable nuestra respuesta ante dichos eventos.
· A no dar nada por hecho sin antes ver la culminación del mismo. Ya anticipaba la celebración del final de la carrera (diferente a visualizar) como si estuviera garantizado que acabaría el Ironman, sin siquiera haber empezado a nadar.
· A que puedo enfocar mi mente por más tiempo en el aquí y el ahora. Mientras rodaba en mi bici de 5 velocidades (no podía usar más que los cambios centrales del piñón de ocho velocidades[12]) cada vez que pensaba en como correría el maratón, arreaba con mi mente a mis descarriados pensamientos a donde serian mas útiles, y que era la tarea de ese momento: evitar que se volviera a romper la débil cadena, haciendo cuidadosamente los cambios para terminar la parte del ciclismo.
· Y finalmente. A ser más agradecido con esta tierra británica y su gente. Esta cultura me ha ido aceptado poco a poco, y yo a su vez a ella. Hay mucha magia y tradiciones ancestrales en esta hermosa isla que ahora es mi nuevo hogar adoptivo.
¡Ah! se me olvidaba. Ya me a apunté a un mini-curso de mecánica para aprender a arreglar cadenas rotas.
¡Nos vemos en Niza al sur de Francia, primeramente Dios, el año entrante!
[1] Triatleta estadounidense quien entre sus innumerables logros, se coronó seis veces en el campeonato mundial Ironman en la isla de Hawai.
[2] Prueba deportiva que se lleva a cabo en países de los cinco continentes, y que consiste en: nadar 3.8km., pedalear 180 km. en bicicleta y finalmente correr un maratón, 42.2km. Todo en un solo día.
[3] Área en la cual se ejecutan los cambios de ropa y equipo para pasar de un deporte a otro
[4] Traje térmico hecho de neopreno que permite nadar en bajas temperaturas
[5] Zona que es instalada por la organización de la carrera, en donde hay baños portátiles, comida y bebidas propias para este tipo de eventos.
[6] Pieza mecánica que ayuda a hacer los cambios de velocidad, al desplazar la cadena entre los diferentes discos delanteros que tienen distintas dimensiones.
[7] Estructura principal de la bicicleta y en la cual se montan todos los diferentes componentes (ruedas, manubrio, asiento, frenos, cambios etc.)
[8] Disco que requiere de mayores revoluciones para avanzar y de menor esfuerzo al pedalear lo que lo hace ideal para el ascenso de pendientes. Los discos recomendables para bajadas y terreno plano son los que tienen mayor numero de dientes (53 por ejemplo)
[9] Traje delgado hecho de licra que se usa para hacer los tres deportes que conforman el triatlón.
[10] Sensación física y psicológica que se experimenta al alcanzar un límite físico y mental durante una prueba de larga distancias.
[11] Triatlón de distancia Ironman llevado a cabo en la ciudad de Cancún, Quintana Roo en Noviembre del 2003
[12] Pieza mecánica que se ubica en la rueda trasera de la bicicleta y que tiene discos dentados de diferentes tamaños que se usan para cambiar la velocidad de avance de la bicicleta