Por Jorge Carriles
También está el equipo de la penitenciaría. Jóvenes y adultos que purgan condenas de diferente magnitud y que no pueden salir de los confines de esa construcción con muros de casi diez metros de alto. Que obtienen su utilería regalada por otras organizaciones. Que han encontrado en la práctica deportiva mucho más motivos de rehabilitación que los que les ofrece el Estado. Que juegan todos los partidos en casa. Y que sueñan con el día en que estarán de nuevo en el hogar con sus seres queridos. A ellos el fútbol americano y quienes se preocupan por ellos, les proporcionan el más preciado de los bienes humanos: la esperanza. La existencia de estos equipos es una afirmación de que el juego no se limita a quienes lo tienen todo.
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