Hay quienes dicen que el fútbol americano es un juego de robots, pero hay que reconocer que nunca podremos ver a una máquina hacer lo que un jugador. La máquina es tan buena como la ingeniería que sirvió para su diseño. Un jugador es mejor y también peor. Con frecuencia se queda corto de su potencial, pero otras veces encuentra la manera de superar sus propias barreras. Una máquina no puede trabajar hasta el límite de su capacidad y después sacar energía adicional para aquellos momentos en los que el juego se va a tiempo extra.
¿Quiénes son entonces esos jugadores que como soldados están dispuestos a perderse en el anonimato de su propio uniforme? Por ahí anda aquel muchacho sin antecedentes que cautivó a sus coaches porque se quedaba todos los días a cachar 100 pases después de la práctica. También Mauricio Domínguez Moro, que corría todos los días cinco kilómetros de su casa al campo de entrenamiento y repetía el trámite en el regreso. De él les comparto esta vivencia: Aquel día nuestro equipo de Junior Bantam perdía por muchos puntos. Los árbitros se acercaron a mí (su coach), y me comunicaron que debido al marcador tan abultado y a las reglas vigentes deberían suspender el juego. ¡Pero no lo haremos!, dijo uno de ellos, porque ese niño, y señaló a Mauricio, no se da por vencido.
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1 comentario:
Estimado Jorge:
Normalmente tus reflexiones son profundas y contienen pasión que desborda.
Pero ésta, me estremeció sobremanera.
Un abrazo.
Rafael
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